El Patrimonio Cultural y la oportunidad del conflicto
La
tendencia popular nos lleva a asociar el Patrimonio Cultural con su
significación más artística, histórica o arqueológica, a un conjunto de bienes
seleccionados intencionadamente que se consideran de interés cultural para una
sociedad determinada y que por ello deben ser salvaguardados. Actualmente el
término también acapara todo aquello que socialmente se considera digno de ser
conservado. Hablamos de además de conjuntos artísticos de bien utilitario, de
fiestas tradicionales, de rituales o de técnicas de artesanía tradicional. En
definitiva, tanto patrimonio material como inmaterial.
Pero,
¿quién dictamina si algo debe o no ser conservado?, ¿alguien está decidiendo por
nosotros qué debe ser o no Patrimonio Cultural? organismos oficiales como la
Unesco o las propias Administraciones Públicas son las que de manera legal
conceden la etiqueta, pero es de nosotrxs de quién depende que socialmente se
le considere o no patrimonio. Está en función de qué siente la gente como
propio.
Esto
convierte al patrimonio en un espacio de conflicto, su cariz histórica implica
evolución y cambios, es variable. La sociedad evoluciona y eso conlleva cambios
en los pensamientos. Las personas modifican sus juicios de valores, y lo que
percibimos como algo digno de conservar se modifica con el paso de los años.
Como
bien señala Joaquim Prats, el patrimonio cultural es una invención y una
construcción social, lo que implica que no existe en la naturaleza ni es un
fenómeno universal que se dé en todas las sociedades. También significa que es
un artificio ideado por alguien, con una idiosincrasia concreta y en un
espacio-tiempo determinado, y como consecuencia de ello es variable y mutable.
Hablamos
de una idiosincrasia que impregna los procesos de patrimonialización, procesos
de identificación colectiva que implican conflicto dada su condición no neutra cargada
de toda una serie de valores que comporta un determinado discurso de selección,
ordenación e interpretación de aquello que debe tener valor y debe ser
protegido. Depende del interés de las Administraciones y de la presión social
ciudadana, el traspasar la dimensión turística del patrimonio hacia un uso
social educativo.
Se
trata de aplicar otros modelos que están funcionando en Europa en cuanto a
oferta museística y renovación de estrategias museográficas, de una voluntad
política de democratizar el acceso a los bienes culturales aprovechando la
nueva sensibilidad ciudadana y de mejorar la función educativa de las
instalaciones patrimoniales. Lo que comportaría una oportunidad para lxs
educadorxs sociales, un nuevo ámbito relacionado con actividades educativas o
de animación con respecto al Patrimonio; visitas guiadas, talleres e itinerarios
culturales. Un ocasión para dotar de un planteamiento didáctico a la
utilización del patrimonio.
Como
bien señala Iñaki Arrieta, la democratización de la cultura va a trasformar el
mundo de los museos en dos sentidos, por un lado en cuanto al derecho a la
cultura que demanda la ciudadanía y por otro en lo relativo a la mejora de los
servicios de los museos para adaptarse a las nuevas demandas. Una manera de
entender los museos como agentes de cambio social y desarrollo, que fomente la
participación ciudadana, una museología comunitaria.