31 de marzo de 2015

Patrimonio Cultural




El Patrimonio Cultural y la oportunidad del conflicto

La tendencia popular nos lleva a asociar el Patrimonio Cultural con su significación más artística, histórica o arqueológica, a un conjunto de bienes seleccionados intencionadamente que se consideran de interés cultural para una sociedad determinada y que por ello deben ser salvaguardados. Actualmente el término también acapara todo aquello que socialmente se considera digno de ser conservado. Hablamos de además de conjuntos artísticos de bien utilitario, de fiestas tradicionales, de rituales o de técnicas de artesanía tradicional. En definitiva, tanto patrimonio material como inmaterial.

Pero, ¿quién dictamina si algo debe o no ser conservado?, ¿alguien está decidiendo por nosotros qué debe ser o no Patrimonio Cultural? organismos oficiales como la Unesco o las propias Administraciones Públicas son las que de manera legal conceden la etiqueta, pero es de nosotrxs de quién depende que socialmente se le considere o no patrimonio. Está en función de qué siente la gente como propio.

Esto convierte al patrimonio en un espacio de conflicto, su cariz histórica implica evolución y cambios, es variable. La sociedad evoluciona y eso conlleva cambios en los pensamientos. Las personas modifican sus juicios de valores, y lo que percibimos como algo digno de conservar se modifica con el paso de los años.


Como bien señala Joaquim Prats, el patrimonio cultural es una invención y una construcción social, lo que implica que no existe en la naturaleza ni es un fenómeno universal que se dé en todas las sociedades. También significa que es un artificio ideado por alguien, con una idiosincrasia concreta y en un espacio-tiempo determinado, y como consecuencia de ello es variable y mutable.

Hablamos de una idiosincrasia que impregna los procesos de patrimonialización, procesos de identificación colectiva que implican conflicto dada su condición no neutra cargada de toda una serie de valores que comporta un determinado discurso de selección, ordenación e interpretación de aquello que debe tener valor y debe ser protegido. Depende del interés de las Administraciones y de la presión social ciudadana, el traspasar la dimensión turística del patrimonio hacia un uso social educativo.

Se trata de aplicar otros modelos que están funcionando en Europa en cuanto a oferta museística y renovación de estrategias museográficas, de una voluntad política de democratizar el acceso a los bienes culturales aprovechando la nueva sensibilidad ciudadana y de mejorar la función educativa de las instalaciones patrimoniales. Lo que comportaría una oportunidad para lxs educadorxs sociales, un nuevo ámbito relacionado con actividades educativas o de animación con respecto al Patrimonio; visitas guiadas, talleres e itinerarios culturales. Un ocasión para dotar de un planteamiento didáctico a la utilización del patrimonio.


Como bien señala Iñaki Arrieta, la democratización de la cultura va a trasformar el mundo de los museos en dos sentidos, por un lado en cuanto al derecho a la cultura que demanda la ciudadanía y por otro en lo relativo a la mejora de los servicios de los museos para adaptarse a las nuevas demandas. Una manera de entender los museos como agentes de cambio social y desarrollo, que fomente la participación ciudadana, una museología comunitaria.

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